Texto: Nicolás Rey G.
A eso de las 11 a.m., mamá salta de su cama de hospital con un dolor repentino en una pierna. “¡Es un calambre!”, dice. Yo no estoy tan seguro, quizás sea algo relacionado con su agotado corazón que por estos días apenas funciona al 10%.
Con algo de torpeza toco el timbre y como nadie aparece, debo ir a pescar algo de atención en la estación de enfermería. Sin embargo, allí solo está una auxiliar, que, reconociendo su papel, me delega la tarea de captar la atención de un pez más gordo: el médico general.
Médico que llega para cuando el dolor simplemente ya se había ido. Falsa alarma: no, pues ya había pasado antes que un dolor en una pierna nos avisaba que algo andaba muy mal con el corazón de mamá.
En ese momento su vida estuvo en peligro, pero se salvó. Sin embargo, a la vieja nadie le aclaró que la medicina que la rescató en esa ocasión era de por vida y de nuevo recayó.
Recaída que la mantuvo tres días en una silla de una sala de urgencias porque no había donde atenderla, y que ahora la tiene en un lugar en donde su situación al parecer solo es prioritaria para nosotros. Recemos e incomodemos un poco, para que en los próximos días el cardiólogo tenga espacio en su agenda para el corazón de mamá.
30 años atrás, el hermano fumador de mamá también estuvo viviendo en esta ciudad. Quizás fue la altura, la que le ayudo a que su pasado con el tabaco degenerara en una enfermedad pulmonar muy severa. Pero en ese caso había algo diferente: el enfermo no quería mejorar. Aunque atendía las citas y retiraba los medicamentos, la realidad fue que algo dentro de él lo hizo caer en una espiral indolente e irresponsable que lo llevó a dejar todo en manos del destino.
Aún vive el tío, viejo y enfermo, con su señora como enfermera y cuidadora y ambos como personas vulnerables que requieren de ayuda.
Lo peor en usted es que se niega a luchar, se da por vencida, no hace más que pensar en la enfermedad y en la muerte. Pero existe algo tan inevitable como la muerte y es la vida.
Charles Chaplin
“¡Que todos paguen!”, parecía ser la frase que lo rondaba a él en aquel entonces. Y aunque parezca contestatario, quizás tenía razón: su atención en salud la pagamos todos, y con todos me refiero no solo a su familia, sino también a los que contribuimos, a los beneficiaros, a quienes se subsidia y en general a cualquier persona que requiera de estos servicios.
Como se sabe la atención en salud consume una gran cantidad de recursos económicos, que sin importar lo cuantiosos, siempre resultan limitados y en la mayoría de los países insuficientes. Es por definición un recurso público escaso por el que todos competimos.
Sin embargo, suele pensarse que las contribuciones que realizamos a lo largo de nuestra vida son suficientes para garantizar una atención de calidad para nosotros y nuestras familias. No obstante, esto no es así, pues desde su diseño los sistemas de salud parten de un principio de solidaridad que, aunque loable, no controla ciertas variables, como el número de beneficiarios o de personas que se subsidian, ni el costo real de atender la salud del conjunto general de la población.
Existe un vínculo indisoluble entre deberes y derechos que no los hace excluyentes, mientras que, si los asumimos como extremos, siempre serán viciosos.
Conjunto que incluye también a quienes pagan servicios privados, pues más allá de si estas personas mantienen la cobertura de sus pólizas a lo largo de toda su vida o no, en ocasiones los tratamientos médicos realizados por esta vía también requieren de la complementariedad de los recursos públicos.
En definitiva, son muy pocas personas las que nunca hacen uso del limitado recurso público de la atención en salud. Para todos los demás, nuestra vida depende en gran medida de éste.
Ahora bien, si es algo tan vital para todos, la pregunta es: ¿quién lo protege?
Las normas, instituciones y demás procesos de control buscan que estos recursos se mantengan incólumes, pero todos sabemos que no es así, debido a que existen fugas e ineficiencias que erosionan su capacidad.
Más allá de si estos problemas son críticos o “apenas notorios”, quizás, éstos no constituyan ni siquiera de cerca el asunto central.
Quizás la mejor manera de proteger el sistema sea cuidando la salud misma: la de mamá, la del tío y la de todos los demás. Si el tío hubiera cuidado su salud, quizás él hoy no estaría enfermo, o sí, pero como mamá, por viejo y durante el último año y no por negligencia durante 3 décadas.
Y aquí cabe entonces la pregunta: ¿Por qué ambos tienen los mismos derechos de atención en salud, pero no así los mismos deberes en su autocuidado?
Los dos crecieron en el mismo hogar, con las mismas disfuncionalidades y oportunidades, pero aún asi, hay uno de los dos que al cuidarse a sí mismo, nos estuvo cuidando a todos, mientras que el otro actuó con dolo en nuestra contra, pues el tío malgastó voluntaria y sistemáticamente su salud, sin importarle a quien perjudicaba.
Hacemos lo que se nos da la gana con nuestro cuerpo, para que cuando falle, alguien más se haga cargo de él.
Hipocresía de la salud
Qué dirían a esto las personas que han padecido las peores condiciones congénitas incluso desde niños como mi propio hermano. ¿No añorarían al menos un día de salud plena?, uno de esos a los que el tío renunció al no tomarse la medicina o por simplemente haber abusado del cigarrillo.
El planteamiento es simple: la salud es algo que en cierto modo no nos pertenece, es más un “bien” que se nos entrega para su disfrute, pero también para su cuidado, porque cuando falla, el sistema que entre todos mantenemos debe gastar valiosos recursos, que, si no están justificados, simplemente quitan a otros la oportunidad de una mejor atención o incluso de que ésta ocurra.
Esta es una aproximación que podríamos explorar en el futuro, pues hoy más que nunca contamos con la tecnología suficiente para permitirnos soñar con cambios de paradigma que como éste podrían beneficiarnos.
Al final las normas nos piden garantizar el derecho fundamental a la salud, y ¿el deber de su autocuidado qué? Queremos como colectivo sistemas sociales robustos que generen garantías, pero como individuos estamos muy lejos de comprometernos con su verdadero éxito.
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